ANÁLISIS: El mundo es testigo del ecocidio por la minería de oro en Venezuela

Consideran que aceptar el silencio y la escasa información de la administración de Maduro sólo puede acelerar la devastación de la región.

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En 2016, Nicolás Maduro, designó un área mayor que el tamaño de Portugal como “zona de desarrollo estratégico” para facilitar la extracción de oro y otros minerales. El área, llamada el «Arco Minero del Orinoco», incluye algunas de las áreas más vírgenes de la Amazonía y limita con el Parque Nacional Canaima, un sitio del Patrimonio Mundial de la UNESCO.

La decisión de Maduro violó la Constitución del país. Alentó la rápida degradación de algunas de las áreas naturales más hermosas de la Tierra a través de la deforestación, la contaminación y la destrucción de especies enteras de plantas y animales. Un informe climático de 2017 predijo que Venezuela podría perder el 30% del Delta del Orinoco, un área rica en biodiversidad para el 2050.  

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A medida que se desarrolla esta pesadilla, las principales organizaciones ambientales del mundo han permanecido en gran medida en silencio, dejando la lucha contra este ecocidio generalizado en manos de pequeñas organizaciones venezolanas, a menudo con fondos insuficientes.

Lo que esta en riesgo

Venezuela es el décimo país con mayor biodiversidad en el mundo. Es el hogar del Salto Ángel, la cascada más alta del mundo, y el río Orinoco, el tercer río más grande del mundo por volumen. Sus montañas de cima plana, llamadas tepuyes, se encuentran entre las formaciones geológicas más antiguas del mundo en la Tierra, con unos 2 mil millones de años. El Arco Minero del Orinoco alberga más de 9.400 especies de plantas distintas, de las cuales 2.100 son endémicas. En el parque nacional contiguo, un tercio de las plantas no se encuentran en ningún otro lugar de la Tierra. El Parque Nacional Canaima también alberga a casi la mitad de las aves migratorias neotropicales que pasan el invierno en América del Sur. Alrededor del 45 por ciento de sus especies de peces no se encuentran en ningún otro lugar.

Pero cuando volé a Venezuela en enero, fui testigo de algo más. Mirando por la ventanilla del avión hacia Canaima, vi vastas muestras donde el impresionante paisaje fue repentinamente marcado por las minas. Aprendí cómo la minería de oro también estaba destruyendo las fuentes de agua y poniendo en peligro a las especies y las comunidades indígenas, quienes están haciendo la minería y pagando su precio más alto. Saben el daño que están causando al trabajar en las minas, pero a menudo no tienen otra opción.

«El gobierno está hablando de desarrollar una ‘minería (de oro) sostenible’», me dijo una ambientalista indígena, sacudiendo la cabeza: «Pero en realidad no existe tal cosa como la minería sostenible».

Mientras que algunos operadores de turismo se han beneficiado al hospedar a personas ricas involucradas en las actividades mineras, otros temen que la minería esté destruyendo sus medios de vida.

“La minería está destruyendo el medio ambiente; nos lo está quitando todo”, dijo un operador turístico.

En solo cinco años, los mineros y otros en Venezuela han deforestado un área equivalente a toda la masa terrestre de Massachusetts. Entre la fauna y flora desaparecidas se encuentran el Águila Arpía y el Cocodrilo del Orinoco. La nueva tierra estéril también contribuye a sequías más frecuentes, inundaciones y temperaturas locales más altas.

El mercurio es otra amenaza. Es ilegal en Venezuela poseer, almacenar y transportar mercurio. Pero es muy utilizado en las minas para extraer oro de los sedimentos. Se ha estimado que el 70% del río Caroní, la segunda vía fluvial más importante de Venezuela, podría estar contaminado con este químico. La contaminación también se ha extendido a los sitios turísticos.

“Sabes, hay mercurio ahí afuera”, me susurró un guía turístico, señalando la Laguna de Canaima, donde los turistas nadan y disfrutan de las hermosas cascadas, “es muy poco, pero está ahí..”.

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Las consecuencias podrían resultar nefastas. El mercurio puede causar defectos congénitos en humanos que pueden transmitirse de generación en generación. El daño neurológico (ceguera, pérdida de la memoria, problemas del habla, problemas auditivos y temblores incontrolables) ya se ha visto entre los mineros como consecuencia de su contacto con el mercurio.

El mundo necesita saber y actuar

Incluso después de que el Consejo de Derechos Humanos de la ONU emitiera un informe sobre los abusos en el Arco Minero del Orinoco, la respuesta sigue siendo fragmentaria e insuficiente. Internamente en Venezuela, faltan incentivos para dejar de lucrar con actividades mineras destructivas. A nivel internacional, la voluntad de emprender acciones decisivas también parece estar ausente.

Grandes organizaciones ambientales internacionales como Greenpeace y World Wildlife Fund en su mayoría han dejado la lucha para exponer el ecocidio del sur de Venezuela a organizaciones locales sin fondos como SOS Orinoco, Transparencia Venezuela, Provita y Kapé Kapé.

Estas organizaciones necesitan un mayor apoyo internacional para seguir recopilando datos y visibilizar la destrucción ambiental.

También se necesita presionar al Instituto Nacional de Estadística de Venezuela para que comparta datos ambientales confiables (como parte de la censura estadística del régimen de Maduro, todos los datos ambientales han sido congelados desde 2011).

“Quiero crear alternativas a la minería de oro”, me dijo un líder de una comunidad indígena. “Pero sabes, no conozco a ninguna de esas personas de la ONU y del extranjero”.

Un primer paso para encontrar alternativas para las comunidades locales es que el mundo comience a observar y apoyar abiertamente a quienes trabajan para detener la destrucción. Aceptar el silencio y el apagón de datos del régimen de Maduro solo puede acelerar la devastación de la región.

Para poner fin a la destrucción ambiental de las actividades mineras, debemos pensar en nuevos proyectos verdes alternativos que puedan mantener vivas tanto a la naturaleza como a las comunidades locales.

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