Transporte público se ha vuelto una odisea para los barquisimetanos

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«Son las 7:00 de la mañana y recorro 1,5 kilómetros desde mi casa para poder tener la oportunidad de abordar un autobús y dirigirme al trabajo. Vivo en Almariera (municipio Palavecino) y camino hasta la parada de los Yabos, si espero en la parada más cercana nunca podré tomar el ruta. Ahí no termina el cuento, ya que luego de caminar todo ese trayecto debo luchar con unas cincuenta personas más, que igualmente esperan por ese milagro que se llama ruta», esto lo cuenta Diego Alvarado, quien cada día sufre los malabares del transporte público en Cabudare, Lara.

El relato no queda ahí. El costo del pasaje es otro problema aritmético que debe solucionar: un día paga Bs 3.000, al día siguiente le cobran Bs 4.000, después son Bs 5.000 y nuevamente Bs 3.000, toda una ecuación que no logra resolver con Bs 248.510,00 bolívares de sueldo mínimo.

Alvarado trabaja al este de Barquisimeto. Al salir de su jornada laboral, comienza otra odisea para retornar a su hogar. Hace meses podía dirigirse hasta la avenida Lara y esperar unos minutos por el colectivo. Sin embargo, los tiempos son otros. Ya no hay unidad de transporte que circule con puesto alguno (sentado o de pie), así que debe dirigirse hasta la avenida Vargas, donde los pocos transportistas que se dirigen hacia Palavecino crearon una especie de terminal entre las carreras 21 y 22.

«Al llegar a la Vargas siento que estoy en un mercado popular. Gritos, congestionamiento, caos, comercio informal, empujones, carreras, miedo a que te roben, calor, sed, sudor y desespero. Hay larguísimas colas para el centro de Cabudare, La Mora, Agua Viva, Tarabana y Valle Hondo, en la que por lo general se hace una fila de más de 300 personas que caminan delante de mí. Solo queda algo por hacer: tener fe y paciencia. Luego de hora y media de martirio logro ser parte de ese grupo selecto que logramos irnos, algunas veces sentados, otras de pie», dijo.

«Llego a casa entre las 7:00 y 8:00 de la noche, consiguiéndome la noticia de que en todo el día no ha llegado el agua. Unos bajones de luz quemaron algún artefacto eléctrico. Mi madre cocina yuca o plátano con el poco gas que queda. En la casa hay que prenderle un velón a San Antonio para que pase el camión del gas, pero hace un mes no nos hace el milagro. Luego de hacer magia para cenar y terminar la noche, duermo. Al día siguiente me levanto temprano encomendándome a Dios para soportar la tortura que significa el transporte», finalizo.

Con información de El Impulso.