Venezolanos en Bogotá piden en las calles para poder pagar arriendo

La situación es descrita como critica por los migrantes

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EFE/ Alex Pérez

Sentada sobre una de las escalas de un puente peatonal en Bogotá, con su hijo de casi dos años en brazos, la venezolana Génesis -quien llego hace un año a Colombia- pide a los que por allí pasan que le den dinero o comida.

Después de trabajar en un centro comercial de Bogotá, llevando y trayendo zapatos de los locales a las bodegas, esta joven migrante se quedó sin trabajo, a raíz de la pandemia y, para no perder el alquiler de una habitación y comprarles lo necesario a su bebé y su pequeña de 6 años -que está en Venezuela-, dice que sale a pedir lo que la gente le pueda brindar: “A veces me dan, a veces no. Pero uno no se puede quejar porque la gente le ayuda mucho a uno”, confesó a la Voz de América.

La escena se repite en varias zonas de la ciudad. Incluso en el transporte público, venezolanos piden ayuda, y debido a que algunos no tienen productos para vender, entonces simplemente se solicitan comida o dinero.

En las salidas de los supermercados, es común ver a uno o a varios que para obtener algún ingreso optan por ofrecer bolsas de basura, apoyar a los compradores transportando sus bolsas de alimentos o simplemente abren las puertas de estos lugares, de manera cordial, para permitir que los compradores entre o salgan.

En el caso de Zulay Díaz, madre de dos adolescentes -de 12 y 15 años-. Perdió su trabajo en un restaurante en Bogotá que cerró a causa de la grave crisis económica que viven países como Colombia, causada por los cierres para frenar el avance de la pandemia de la COVID-19. Vive hace un año en Colombia y su mayor preocupación, en este momento, es tener un techo para descansar con sus hijas.

“A veces sí, a veces no” le alcanza para pagar el alquiler de la habitación donde viven, pero en caso de no recoger lo suficiente en el día, dice que habla con el dueño para que le permita quedarse 24 horas: “Al otro día, le reponemos lo de ayer y lo de hoy”, explica.

Hasta el momento, dice, no han sido desalojadas porque cumplen con el alquiler. “Si no, nos hubieran echado a la calle”, dice a la VOA.

A pocos metros de Zulay, trabaja Jesús Velásquez. A pesar de haber perdido su empleo, dice que ha podido sobrevivir.

En el transcurso del día, este joven de 24 años -proveniente de Guárico, Venezuela- cuida carros, avisa a los conductores cuando se van a estacionar o cuando van a salir del parqueadero.

“Antes de la pandemia, tenía cómo trabajar, vendía limones, mandarinas, arvejas. Tenía cómo resolver, pero ahora, con lo de la pandemia, es muy difícil porque uno no puede trabajar, ahora no puede uno ni ir Abastos (Central de alimentos), que era lo que hacía. Trabajaba por mi cuenta y no tenía que darle responsabilidades a nadie ni nada”.

Siente que la xenofobia es latente. Dice que muchas personas los ven como “cosas malas porque como ven muchos venezolanos han llegado acá y han hecho lo malo (…) Pero, no todos somos iguales. (A) muchos nos gusta trabajar, nos gusta salir adelante, pero por ahora hay muchas personas que nos humillan, nos dicen cosas. Que a uno le da muchas cosas porque uno es ser humano, pero jamás pensé que iba a pasar por esto”, contó con pesar a la VOA.

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