The New York Times: Los rostros de la crisis venezolana

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Visitar Venezuela hoy en día es atestiguar la forma en que un mal gobierno puede aniquilar un país. Los años que han pasado han hecho que los venezolanos ahora padezcan hambre y que los niños mueran por falta de atención médica básica.

A Daniela Serrano se le murió un hijo por desnutrición este año y ahora observa con inquietud cómo le practican un examen médico a su hija, Daryelis, de 3 años, en una clínica asociada a un grupo de ayuda, el Proyecto Nodriza.

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Algunos venezolanos temen que haya hambruna en su futuro y parece que es más fácil encontrar partidarios de Nicolás Maduro en un campus universitario estadounidense que en Venezuela. Las palabras no son suficientes para describir el sufrimiento, así que le estoy dando un espacio en mi columna a las fotografías de personas que conocí en una visita reciente. Las personas estaban dispuestas a ser fotografiadas y a compartir su historia para que el mundo pueda entender lo que sufre este país.

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Un médico mide la circunferencia de la cabeza de Daryelis como parte de una revisión médica. Muchos niños venezolanos están desnutridos, por lo que su crecimiento físico es reducido. Pero, aunque es evidente la afectación al crecimiento, a los expertos en desarrollo les preocupa más el efecto permanente de la desnutrición en el desarrollo del cerebro y temen que esto resulte en una generación que tenga una desventaja cognitiva duradera.

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Miriam Bravo juega con su bebé en su rancho ubicado en un barrio de Caracas. Todavía tiene empleo como costurera, pero su mundo ha cambiado por la crisis económica del país: su marido murió el año pasado de una afección cardiaca después de que no logró conseguir medicamento para la presión arterial.

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La hija de Miriam, Adriana, cuida a su hermano menor, Archi, en un comedor de beneficencia donde casi siempre almuerzan. Los niños crecen rápido en los barrios marginales y, algunas veces, Archi le dice a Adriana “mamá”.

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Adriana observa el panorama afuera de la casa de la familia. El rancho se ha quedado aislado, lejos del resto del barrio, desde que un incendio arrasó con el vecindario una noche. Los residentes llamaron desesperadamente al departamento de bomberos desde las 10 de la noche, pero no llegó ningún camión de bomberos sino hasta las 6 de la mañana del día siguiente… y no traía agua. Para cuando sofocaron el incendio, diecisiete casas cercanas ya estaban destruidas.

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Paola Moncada, de 14 años, está embarazada de su segundo hijo. Habría querido ser abogada, pero dejó la escuela en quinto grado cuando se embarazó de su primer hijo. Comentó que se embarazó porque ya no pudo comprar píldoras anticonceptivas y prácticamente no hay otros anticonceptivos disponibles.

La abuela de Paola llegó a Venezuela desde Italia en 1957 porque en ese entonces parecía un país más prometedor para vivir. Paola dice que espera que sus hijos crezcan en otro lugar que no sea Venezuela.

El hijo de Paola, Jhosander, casi tiene 2 años y se enfrenta a un futuro incierto. La familia alguna vez apoyó el socialismo de Hugo Chávez, pero el padrastro de Paola ahora descalifica al socialismo como “basura”.

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Elsys Silgado, de 21 años, durante una revisión médica realizada por una organización sin fines de lucro en una iglesia. Elsys sobrevive vendiendo dulces en un puesto, pero no siempre puede darles de comer a sus dos hijos. Si no fuera por este grupo de ayuda y por la comida gratis que proporciona, tal vez no podría salir adelante. El grupo de ayuda también tiene problemas porque dice que el gobierno no le permite aceptar donativos del extranjero.

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Una amiga pasea a los dos hijos de Elsys, Alaska y Jeiko, y a otro niño por el vecindario. En fechas recientes, Alaska, de 5 años, casi muere por desnutrición, y cuando la trasladaron al hospital pesaba solo 12 kilos. En el hospital no quisieron internarla porque dijeron que no había espacio para más pacientes. A Elsys le preocupa que Alaska no sobreviva la crisis económica.

Con información de The New York Times

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