Opinión: ¿Cómo llamarlos?, por Humberto García Larralde

Las medidas del 17 de agosto resultaron en un salto en la emisión del llamado dinero inorgánico de 1.536%. Ello ha ido colándose hacia las variables monetarias que impactan directamente sobre los precios

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Desde hace algún tiempo me interrogo sobre cómo calificar la conducta de Maduro y de quienes lo acompañan en su ejercicio de (des)gobierno. ¿Qué vocablos sirven para denotar a quienes, con sus políticas, a consciencia condenan a las grandes mayorías al hambre, la miseria y la muerte? ¿Cómo adjetivar a quienes, con su exhaustiva destrucción de los medios de vida de los venezolanos, han obligado a millares a escapar a pie de esta condena, exponiéndose a helados páramos y a toda suerte de angustias y sinsabores? Difícil encapsular tanta perversidad en palabras.

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Pudiera pensarse que lo desastroso de la gestión económica de Maduro obedece a su manifiesta ignorancia en esta materia (como en tantas otras). Los economistas hemos intentado explicarle las fallas de sus políticas, alertando sobre sus consecuencias adversas e indicando medidas para superar las penurias ocasionadas a la población. A estas alturas, algo ha debido haber captado sobre cómo funciona la economía. De hecho, al anunciar su Programa de Recuperación, Crecimiento y Prosperidad el 17 de agosto, reconoció la necesidad de lograr la disciplina fiscal, eliminar la emisión de dinero no orgánico y anclar el bolívar, es decir, que venía instrumentando políticas equivocadas. No obstante, las medidas del 17 de agosto resultaron en un salto en la emisión del llamado dinero inorgánico de 1.536%, ¡más de 16 veces!, la siguiente semana. Ello ha ido colándose hacia las variables monetarias que impactan directamente sobre los precios. Para finales de octubre, la liquidez monetaria se había expandido más de 4,5 veces desde la fecha de los anuncios, con lo que la inflación acumulada entre septiembre y octubre fue de 727%: un incremento general de los precios mayor a 8 veces. Con ello, la capacidad adquisitiva del salario mínimo que Maduro había aumentado en más de 3.300% el 1° de setiembre, se ha reducido al nivel que tuvo a mediados de julio, ¡un 92% menor a la de finales del año pasado! Por su parte, tal cantidad de dinero arrojado a la circulación ha impulsado al dólar “paralelo” a alturas inusitadas. Supera ya cuatro veces la cotización oficial de las subastas DICOM, reproduciendo incentivos perversos que desvían recursos para especular en el mercado cambiario a costa de las necesidades del país.

¿Es solo cruel cinismo que Maduro anuncie objetivos loables que de seguidas estropea? Porque ha agravado la situación aún más aplanando las tablas salariales del sector público de manera que la remuneración de unos tres millones de empleados se iguala, o difiere poco, del salario mínimo. Si a ello se le añade el colapso de los servicios públicos, producto del despilfarro o robo de los recursos destinados a su mantenimiento –agua que no llega, luz eléctrica que se esfuma, gas doméstico cada vez más difícil de conseguir—, sin mencionar el transporte denigrante en “perreras” y el derrumbe de los servicios hospitalarios, se dibuja el cuadro dantesco que ha generado su gestión de gobierno. Además, ha ido acabando con las herramientas del futuro desarrollo, al espantar las inversiones y destruir la educación, en particular las universidades. ¿Cómo catalogar comportamiento tan funesto?

¿Y a los demás depredadores de la cosa pública, culpables de privar a los venezolanos de recursos que podrían haber evitado mayores deterioros en su bienestar, cómo llamarlos? ¿Cuánto sufrimiento evitable, cuántas muertes, están detrás de las fortunas acumuladas por Diosdado Cabello o Tarek el Aissami? ¿Con qué nombre designar a Padrino López, González López, Reverol, Benavides y demás militares esbirros que han prostituido a la Fuerza Armada para que las armas que le confió la República sean usadas para asesinar a los que protestan o para someterlos a torturas denigrantes? ¿Y qué decir de Maduro que se hacía grabar bailando salsa mientras ocurría la escabechina de manifestantes?

La dificultad en encontrar palabras referentes a la índole deshumanizada del régimen fascista de Maduro y los suyos tiene que ver con sus mentes enfermas, que no reconocen límites morales, éticos o legales a sus desafueros. Sabido es que, en regímenes dominados por mafias, ocurre una especie de selección adversa en que son atraídos al poder los seres más perversos. Las “competencias” requeridas para sus trastadas así lo demandan. Difícilmente podrán prevalecer individuos probos entre las altas instancias de gobierno venezolano actual o entre los mandos militares. “El honor –simplemente– no se divisa”.

Muchos sostienen que la mantención de políticas que han fracasado fehacientemente en numerosos países es dictada por los compromisos ideológicos de Maduro y los suyos. Pero no es la ideología en sí lo que determina su conducta destructiva. La explicación la da la economía política: las políticas intervencionistas y de control, la depredación de PdVSA y de las arcas del Estado, una vez destruido el Estado de Derecho y eliminado toda transparencia y rendición de cuentas, constituyen la fuente de las fabulosas fortunas acumuladas por los Maduristas. Poderosísimos intereses, entre éstos los de la gerontocracia cubana, se han atrincherado en los nodos decisorios del Estado venezolano para asegurar la continuidad de políticas que tanta riqueza les han acarreado. Su preocupación no es, en absoluto, el bienestar de la población que se ufanan en clamar que defienden.

Pero la ideología sí tiene importancia en explicar la crueldad con que persiguen sus intereses. Toda ideología llevada a extremos es perversa. Y ello es así porque reemplaza a la realidad con un mundo ficticio construido en torno a un fin trascendental, que sirve para justificar la violación de los derechos humanos y civiles más básicos. Las mafias atrincheradas en el poder han buscado refugio en una burbuja construida a base de simbolismos y clichés banales que los aísla del sufrimiento de la gente. Cuando hablan de “pueblo”, no se refieren a la gente de carne y hueso del país –que abrumadoramente los repudia–, sino a una ficción engendrada por un “deber ser”: sólo puede entenderse como “pueblo” quienes se identifican con su prédica. La “revolución” cobra y se da el vuelto. Fuera de su imaginario amurallado, nada tiene importancia y nada debe afectarlos. Ello derriba toda contención moral, toda conciencia de culpa por sus atropellos que pudiera surgir en ausencia de tal blindaje ideológico. Su accionar se cobija en una permanente invención y reinvención de embustes fabricados para ensalzar una supuesta supremacía justiciera –nosotros, los buenos—contra los “malos”, enemigos del “pueblo”, en la más pura tradición fascista. Las mentes enfermizas se amparan en tal ideología. De ahí la necesidad constante de desenmascarar la impostura de sus alegatos: la “Historia” no los absolverá, como no lo hizo con Hitler[1], primero en acuñar esa frase, ni tampoco lo hará con Fidel.

La devastación urdida por la oligarquía militar civil que actualmente controla el poder no ha sido sólo material, ha sido también una devastación moral que ha destruido las esperanzas por una vida digna, justa y solidaria, sembrando desespero y resignación. Las fuerzas democráticas no deben desestimar el poder que se deriva del rescate de los valores del pueblo alegre, generoso y fraternal que una vez fuimos. Es menester erigirse en referencia clara, no sólo de soluciones concretas al desastre creado por quienes han espoliado al país, sino en términos de los valores que antes nos hermanaban y sobre los cuales se construye la confianza en ese futuro que sabemos es posible conquistar. Ello es un elemento fundamental para aunar esfuerzos y labrar la credibilidad en torno a nuestras propuestas de solución a los innumerables problemas de hoy. Y en ello debemos contribuir todos, desterrando descalificativos entre nosotros que le hacen el juego a la mafia depredadora. Aquellos que están dando la cara en el día a día de la denuncia y el acompañamiento al pueblo en sus luchas merecen nuestro respeto.

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Humberto García Larralde, economista, profesor de la UCV, [email protected]

[1] “Porque no son ustedes, caballeros, los que nos juzgan. Ese enjuiciamiento lo dictamina la eterna corte de la historia. (…) Podrán pronunciarnos culpables mil y una veces, pero la Diosa de la eterna corte de la historia sonreirá y hará trizas el alegato del fiscal y la sentencia de esta corte. Ella nos absolverá”. Defensa de Hitler en el juicio encausado en su contra por su participación en el putsch de la cervecería (Munich, 1923), Schirer, William L. (1966), The Rise and Fall of the Third Reich, Vol. I., Pág. 78. (traducción y cursivas mías)